"Berserker" por Federico Russo

Acá les presento un cuento que mi querido Federico.
Berserker
“Below the thunders of the upper deep,
Far, far beneath the abysmal sea
His ancient, dreamless, uninvaded sleep”
(Relato popular nórdico)

El mar, la barca, los francos, la tormenta, el fuego. Es Este último el quien hace notar al Líder de su actual situación. Los francos han jugado sucio, han incendiado a su flota y la han puesto en retirada. Es cuestión de minutos hasta que los Otros pongan fin al Drakkar, que ruge bajo los pies de sus hambrientos y torpes “Osos”, como él los llama en secreto. Entonces hace reunir a la tripulación en la cubierta. El barbudo les habla, les habla mucho. Les habla de su destino como guerreros de los dioses en la batalla final, les habla de los gigantes que han de enfrentar, de las Valkirias y de la Tiniebla. Llegado el final de su discurso los más valientes toman sus hachas, lanzas o escudos y se masacran unos a otros, como las antiguas tradiciones lo requieren. Mientras ésta escena delirica se lleva a cabo, el rugir del Drakkar abre paso a uno nuevo: la flota franca los ha embestido, y son ahora los cobardes los que se muestran feroces frente a los abortantes, que se abalanzan sobre la barca en medio de un frenesí de sangre, gritos e insultos.


En plena furia, una gran ola azota la nave, que tumba a los hombres y los hace adherirse al suelo. A esta le sigue otra, y otra y otra y otra hasta que ya es el Drakkar quien es tumbado, dando un giro mortal que lo confina a la oscuridad.

Gritos y sacudones coronan el hundimiento, que se da entre truenos y grandes olas. Los hombres perecen uno a uno, ahogados o heridos en las aguas heladas y negras que, como jaulas, hacen prisioneros a los grandes hombres del Norte. Uno a uno, los francos han despachado y, arrogantes y satisfechos, se retiran en su barca lenta y triste, que ahora compensa su pésimo diseño con la euforia de sus remadores. Njörd, que grita injurias a sus enemigos por dejarlo con vida, flota aún entre los restos del naufragio, que se hunde y desaparece en la negrura del mar. Parece ahora, nada más que una gran mancha.

Maldice a los gritos, pero entre los cánticos de triunfo y las jarras que chocan a la lejanía, su blasfemia sajona es ya irrelevante, los estandartes del Sacro Imperio se pierden en la distancia. Y ahora Njörd maldice por no tener un arma al alcance de la mano con la que terminar su vida. Sabe que allí, entre las longevas brumas, perecerá pronto de frío (o eso espera).
Han pasado breves instantes desde que la barcaza desapareció entre las puertas del horizonte y en este momento la pócima sagrada que el Druida le ha confinado para la batalla empieza a hacer efecto. Es su piel la que lo advierte, repentinamente incendiada por una llama embriagante que lo libera de todo, del frío, hambre y la única sensación que le deja es de odio. Golpea el agua en un frenesí de cólera alucinógena y sus insultos se retuercen cada vez más en un sajón cerrado que sólo Odín alcanzará a oír (que sólo Él alcanzara a entender).

Letal, certero, inflamante, tenue, casi imperceptible pero totalmente cierto; siente el rozar de un objeto contra su cadera. El agua a su izquierda parece agitarse muy levemente y luego callarse por completo. Al observar el mar ve que este empieza a degenerarse en una amalgama de colores indescriptibles, que se transforman en rostros, luego en cabezas y por último en calaveras vacías que lo ven desde las cuencas que alguna vez los ojos se dignaron a habitar. Grita, o no lo hace. Quizás sea un compañero suyo que, como él, aún flote con vida, o quizás no sea nada. Sea lo que sea suena a un grito de incontenible terror. Gritos así son raros para este hombre, acostumbrado a escucharlos salir de las bocas de sus incontables enemigos muertos. Rara también es la sensación que se apodera de él. Bajo los efectos de la pócima (se dice), el miedo no puede incumbirle, y sin embargo es un escalofrío de horror lo que recorre su espalda. Un trueno ilumina el mar y cree, por un segundo, ver a un camarada suyo que se hunde velozmente y no vuelve a aparecer.

Alza su mano para cerciorarse de que allí sigue, de que él no es otra alucinación; y cuando la ve, esta se le derrite y se funde con el agua. Intenta controlarse, se aferra con más fuerza aún al pedazo de embarcación que le ha salvado la vida. Comienza a temblar, y al no sentir el frío no sabe si tiembla por este o por lo que cree que acaba de presenciar. Entonces, en medio de la confusión vuelve a sentir el contacto. Algo le toca la pierna ahora, algo sólido, quizás un trozo de madera del barco que (muerto ya) yace a su alrededor.

Surrealmente, este contacto se desliza por su pierna hacia su ingle y parece adherirse a él. Cuando Njörd baja la cabeza para ver que sucede el mar lo engaña, se torna anaranjado y blanquecino. Las olas se transforman en caballos, que luego se transforman en águilas, que luego se transforman en serpientes, que se deslizan hacia él y a él se sujetan con fuerza. Serpientes gordas y crestudas, blancas y a manchas anaranjadas. Gradualmente sus rostros van perdiendo forma hasta tomar la de tentáculos, grandes, gordos, adherentes tentáculos, quizás demasiado grandes. El sajón tiembla frenéticamente y siente el sudor chorrear por su cabeza, mira para todos lados pero no ve nada. Sólo siente la opresión en el pecho.

Grita, grita, grita, grita, grita. Al fin se cansa o se desmaya y entonces se hunde en la negrura, mientras las olas vuelven a cubrir la superficie, borrando de las memorias del mundo todo lo de primigenio que alguna vez tuvo o tiene.

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